Existe una relación dialéctica y permanente entre el territorio y la vida de los niños, donde la escuela infantil, no está exenta. La escuela infantil se torna en un territorio vital, una escuela centrada en los niños y sus familias, con docentes capaces de leer el territorio vital y decodificarlo, para transformarlo en un curriculum creativo, al servicio del niño. A decir de Zabalza (2015) “si la educación y las escuelas constituyen instancias sociales destinadas a satisfacer las necesidades de los niños y sus familias; instituciones especializadas en propiciar y potenciar el desarrollo infantil, su punto de partida no puede ser el estudiante como sujeto considerado en abstracto, sino que cualquier propuesta educativa ha de ser formulada en el marco del contexto físico, biológico y cultural en el que su existencia adquiere sentido”

En las últimas décadas se han hecho evidentes muchos estudios y enfoques que entienden al territorio vital como contexto de sentido para las diversas prácticas sociales que en ellos se desarrollan, y en el caso puntual de la educación la ligazón de una pedagogía vinculada al territorio, implicaría el desarrollo exitoso de las propuestas educativas que se le ofrecen a los niños, “(…) el éxito o fracaso de una institución educativa depende del grado de articulación que hay entre una propuesta pedagógica e institucional y las características sociales y culturales de la comunidad en la que se inscriben sus prácticas” (Poggi, M, 2009)

El territorio, no solo es una parcela de tierra, una porción geográfica, es aquello que nos pertenece y al cual pertenecemos. Cada territorio posee una cultura y una identidad particular y que entra de lleno en el espacio didáctico de las salas y lo “hace como marco de referencia de las decisiones curriculares, como fuente de contenidos y experiencias formativas (Zabalza, 2015, p 17)

Las infancias se despliegan en múltiples y heterogéneas realidades que las configuran y que en función de ello la propuesta educativa de las instituciones educativas, deben adecuarse para garantizarles el desarrollo pleno de sus potencialidades a partir de experiencias de aprendizaje que amplíen y enriquezcan sus saberes, y repertorios culturales, sin descuidar y reconociendo lo que estas infancias portan (saberes y prácticas culturales: lengua/dialecto, prácticas de crianza, juegos, etc). Este abordaje no solo nos introduce en el ambiente natural y social que habita el niño, sino que va más allá, hacia la construcción de una pedagogía del sentido, que entiende a ese niño entramado a su territorio y en “situación”, construyendo su aprendizaje. Una pedagogía que centralicen en los niños pequeños y sus particulares modos de aprender. 

La propuesta que se desarrolla en este trayecto de formación, se basa en la premisa de que el territorio es un entramado de significaciones en el que se liga la historia, la identidad, la crianza y la educación de los niños en su primera infancia, constituyéndose de este modo en “territorio vital” que nutre y da sentido a su vida.  Un territorio vital de la infancia, donde se circunscriben infinidad de procesos sociales y culturales, procesos que sostienen a los niños y les permite advenirse en sujetos y cargar de significado su vida y en el que las intervenciones educativas poseen altísima implicancia.

Existe una relación dialéctica y permanente entre el territorio y la vida de los niños, donde la escuela infantil, no está exenta. La escuela infantil se torna en un territorio vital, una escuela centrada en los niños y sus familias, con docentes capaces de leer el territorio vital y decodificarlo, para transformarlo en un curriculum creativo, al servicio del niño. A decir de Zabalza (2015) “si la educación y las escuelas constituyen instancias sociales destinadas a satisfacer las necesidades de los niños y sus familias; instituciones especializadas en propiciar y potenciar el desarrollo infantil, su punto de partida no puede ser el estudiante como sujeto considerado en abstracto, sino que cualquier propuesta educativa ha de ser formulada en el marco del contexto físico, biológico y cultural en el que su existencia adquiere sentido”

En las últimas décadas se han hecho evidentes muchos estudios y enfoques que entienden al territorio vital como contexto de sentido para las diversas prácticas sociales que en ellos se desarrollan, y en el caso puntual de la educación la ligazón de una pedagogía vinculada al territorio, implicaría el desarrollo exitoso de las propuestas educativas que se le ofrecen a los niños, “(…) el éxito o fracaso de una institución educativa depende del grado de articulación que hay entre una propuesta pedagógica e institucional y las características sociales y culturales de la comunidad en la que se inscriben sus prácticas” (Poggi, M, 2009)

El territorio, no solo es una parcela de tierra, una porción geográfica, es aquello que nos pertenece y al cual pertenecemos. Cada territorio posee una cultura y una identidad particular y que entra de lleno en el espacio didáctico de las salas y lo “hace como marco de referencia de las decisiones curriculares, como fuente de contenidos y experiencias formativas (Zabalza, 2015, p 17)

Las infancias se despliegan en múltiples y heterogéneas realidades que las configuran y que en función de ello la propuesta educativa de las instituciones educativas, deben adecuarse para garantizarles el desarrollo pleno de sus potencialidades a partir de experiencias de aprendizaje que amplíen y enriquezcan sus saberes, y repertorios culturales, sin descuidar y reconociendo lo que estas infancias portan (saberes y prácticas culturales: lengua/dialecto, prácticas de crianza, juegos, etc). Este abordaje no solo nos introduce en el ambiente natural y social que habita el niño, sino que va más allá, hacia la construcción de una pedagogía del sentido, que entiende a ese niño entramado a su territorio y en “situación”, construyendo su aprendizaje. Una pedagogía que centralicen en los niños pequeños y sus particulares modos de aprender. 

La propuesta que se desarrolla en este trayecto de formación, se basa en la premisa de que el territorio es un entramado de significaciones en el que se liga la historia, la identidad, la crianza y la educación de los niños en su primera infancia, constituyéndose de este modo en “territorio vital” que nutre y da sentido a su vida.  Un territorio vital de la infancia, donde se circunscriben infinidad de procesos sociales y culturales, procesos que sostienen a los niños y les permite advenirse en sujetos y cargar de significado su vida y en el que las intervenciones educativas poseen altísima implicancia.

Existe una relación dialéctica y permanente entre el territorio y la vida de los niños, donde la escuela infantil, no está exenta. La escuela infantil se torna en un territorio vital, una escuela centrada en los niños y sus familias, con docentes capaces de leer el territorio vital y decodificarlo, para transformarlo en un curriculum creativo, al servicio del niño. A decir de Zabalza (2015) “si la educación y las escuelas constituyen instancias sociales destinadas a satisfacer las necesidades de los niños y sus familias; instituciones especializadas en propiciar y potenciar el desarrollo infantil, su punto de partida no puede ser el estudiante como sujeto considerado en abstracto, sino que cualquier propuesta educativa ha de ser formulada en el marco del contexto físico, biológico y cultural en el que su existencia adquiere sentido”

En las últimas décadas se han hecho evidentes muchos estudios y enfoques que entienden al territorio vital como contexto de sentido para las diversas prácticas sociales que en ellos se desarrollan, y en el caso puntual de la educación la ligazón de una pedagogía vinculada al territorio, implicaría el desarrollo exitoso de las propuestas educativas que se le ofrecen a los niños, “(…) el éxito o fracaso de una institución educativa depende del grado de articulación que hay entre una propuesta pedagógica e institucional y las características sociales y culturales de la comunidad en la que se inscriben sus prácticas” (Poggi, M, 2009)

El territorio, no solo es una parcela de tierra, una porción geográfica, es aquello que nos pertenece y al cual pertenecemos. Cada territorio posee una cultura y una identidad particular y que entra de lleno en el espacio didáctico de las salas y lo “hace como marco de referencia de las decisiones curriculares, como fuente de contenidos y experiencias formativas (Zabalza, 2015, p 17)

Las infancias se despliegan en múltiples y heterogéneas realidades que las configuran y que en función de ello la propuesta educativa de las instituciones educativas, deben adecuarse para garantizarles el desarrollo pleno de sus potencialidades a partir de experiencias de aprendizaje que amplíen y enriquezcan sus saberes, y repertorios culturales, sin descuidar y reconociendo lo que estas infancias portan (saberes y prácticas culturales: lengua/dialecto, prácticas de crianza, juegos, etc). Este abordaje no solo nos introduce en el ambiente natural y social que habita el niño, sino que va más allá, hacia la construcción de una pedagogía del sentido, que entiende a ese niño entramado a su territorio y en “situación”, construyendo su aprendizaje. Una pedagogía que centralicen en los niños pequeños y sus particulares modos de aprender. 

La propuesta que se desarrolla en este trayecto de formación, se basa en la premisa de que el territorio es un entramado de significaciones en el que se liga la historia, la identidad, la crianza y la educación de los niños en su primera infancia, constituyéndose de este modo en “territorio vital” que nutre y da sentido a su vida.  Un territorio vital de la infancia, donde se circunscriben infinidad de procesos sociales y culturales, procesos que sostienen a los niños y les permite advenirse en sujetos y cargar de significado su vida y en el que las intervenciones educativas poseen altísima implicancia.